Ser padre o madre a veces se parece a ser presidente del gobierno: hay que tomar decisiones complicadas, intentar contentar a todos (aunque sea imposible) y gestionar cada crisis con una mezcla de paciencia y convicción. Y, sin duda, uno de los ministerios más complejos que tenemos en casa es el de Alimentación Infantil.
Porque sí, enseñar a los niños a comer bien no es tan simple como poner un plato equilibrado frente a ellos y esperar a que se lo coman. ¡Ojalá fuera así! Pero la realidad es que, muchas veces, lo ven como un trámite burocrático. Es como si su cerebro dijera: “¿Verduras? Nah, vamos a lo importante: el postre”. Y claro, cuando decimos postre, no se refieren a una mandarina, sino a helado, galletas, etc.
Ni héroes ni villanos en la mesa
Uno de los primeros retos es evitar poner etiquetas a los alimentos. ¿Quién no ha dicho alguna vez “esto es malo, no lo comas” o “acábate esto, que es sano”? Sin quererlo, creamos héroes y villanos en el plato. Pero los alimentos no son “buenos” ni “malos”; todos tienen su lugar.
Claro, explicar esto a un niño de 4 años no es sencillo. ¿Cómo le dices que un caramelo no es malo pero tampoco puede comer cinco? Aquí es donde entra nuestra labor educativa. En vez de hablar de “bueno” o “malo”, podemos enfocarlo en qué necesita su cuerpo para estar fuerte y crecer. Por ejemplo: “Esto es para darte energía rápida, pero también necesitamos comida que te haga fuerte, como las frutas o los cereales”.
El eterno dilema: ¿dulces en casa o no?
Este es un debate que merece reflexión. Por un lado, tener dulces en casa evita convertirlos en un “objeto de deseo prohibido”, pero, por otro lado, puede ser un caos si los niños empiezan a pedirlos a todas horas.
Quizás la clave no esté en eliminarlos ni en hacerlos inalcanzables, sino en crear un marco claro. No tiene por qué ser un postre fijo, pero sí un momento pactado: quizá en la merienda, un día puntual después de cenar, o incluso cuando ellos lo pidan, pero con límites definidos. Eso sí, todo dependerá de cómo se gestionen las dinámicas en casa.
Por último, recordemos que los niños están aprendiendo y nosotros somos sus guías. No tienen la madurez para decidir siempre lo que es mejor para ellos, pero tampoco podemos controlarlo todo. Nuestro trabajo es ofrecer opciones saludables, accesibles y atractivas, y mostrar con el ejemplo una relación equilibrada con la comida.
Sí, un día pueden comer más chuches porque hay una fiesta, y otro día decidir que no quieren probar la sopa. Es normal. Lo importante es el conjunto: que entiendan que todos los alimentos tienen su lugar y que disfruten comiendo sin culpas ni obsesiones.
Un reto para toda la vida
No hay una fórmula mágica para educar a los niños en la alimentación, porque cada familia, cada niño y cada situación es diferente. Pero sí hay algo claro: el objetivo no es que coman perfecto, sino que desarrollen una relación saludable con la comida que les acompañe toda su vida.
Así que, como padres, no nos exijamos perfección. Lo importante es intentarlo con paciencia, humor y flexibilidad. ¿Y tú, cómo gestionas este tema en casa? Porque, al final, no hay “ley universal”; estamos todos buscando lo que mejor funciona en nuestras pequeñas naciones familiares.